¿Qué es?

La Comunidad de Intercambio La Canica es una red de intercambio de bienes y servicios con una moneda social propia y bellísima llamada, claro está, la canica. Con ella, podemos realizar compras o ventas sin necesidad de contar con euros (que son, dicho sea de paso, cada vez más difíciles de conseguir). La idea es, por tanto, que poco a poco podamos producir y trabajar sin necesidad de recurrir al trabajo asalariado, que es la actual y necesaria fuente de euros para la mayoría de nosotras. Si cada una de nosotras cobra en en moneda social y puede consumir en moneda social, el circuito de intercambios se irá haciendo cada vez mayor: todas podríamos trabajar y consumir dentro de esta red y otras similares, de tal modo que no estaremos obligadas a aceptar trabajos mal pagados en empresas ajenas y habitualmente indecentes.

Además de la moneda y su funcionamiento, el punto clave de la comunidad de intercambio es que los proyectos que la integran han de ser explí­citamente horizontales y seguir determinados criterios sociales, económicos, de género, de sostenibilidad ambiental, etc. De esta manera, sabemos que siempre que usemos canicas estaremos llevando a cabo un consumo responsable y, sobre todo, estaremos haciendo viable y cotidiano un modelo social cooperativo basado en la cercanía, la confianza y el apoyo mutuo.

La comunidad de intercambio y su moneda, por lo demás, ha sido construida por una amplia red generada al calor del intenso proceso autogestionario que, como en otros territorios, Madrid ha vivido y disfrutado estos últimos años. Por ello, la canica, además de ser un sistema de intercambio eficaz alternativo el euro, quiere ser ante todo una herramienta a disposición de redes, colectivos y comunidades pensada para coordinar el consumo, colectivizar medios de producción y generar proyectos productivos para aquellas que estemos en paro o, sencillamente, tengamos nuestro propio proyecto.

La canica es, en resumen, una herramienta para generar y hacer duraderas fuentes propias y colectivas de recursos y dotarnos así de una autonomía cada vez mayor. Se suma por tanto a la autoorganización popular, animada por las muchas que han decidido dar otra vuelta de tuerca al proceso autogestionario, asambleario y desobediente que tan intenso ha sido estos últimos años.

Hace no mucho tiempo, constatamos somos muchísimas quienes queremos vivir de un modo distinto y, aunque lo cierto es que está costando más de lo esperado, la idea sigue siendo buena: no se trata de permitir que nos representen, sino de gestionar nuestra vida directa y colectivamente. En eso estamos.